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martes, 25 de octubre de 2011

Vivo en el número siete, calle Melancolía

Ya no queda nada, ni principio, ni final, nada. Sólo ausencia mezclada con un toque de indiferencia.
El tiempo dicen que lo cura todo, pero creo que el tiempo sólo sostiene el dolor, eso creo, lo mete en un rincón de tu memoria, y el día menos pensado, lo saca a la luz de nuevo. El tiempo es una mierda, se va consumiendo, hace la distancia, hace el olvido, te hace sentir viejo.  Me gustaría congelar un reloj, pararlo en un instante que significara algo para mí y quedarme estancada ahí, como esos mosquitos que viven millones de años en ámbar y luego vuelven a nacer. Me gustaría volver atrás, no porque considere que me equivoqué (que sí, lo hice) sino sólo para volver a revivirlo.
Supongo que tengo razones para pedirle al tiempo que se paralice y me deje viajar en él, y cambiar ese momento, ese instante, sin embargo no lo haría, ni aún sabiendo lo que después se me iba a avecinar. Inexplicablemente, lo sigo sintiendo, sigo estancada en aquella época traviesa, sigo sumergido en mis propios recuerdos, y embriagada de restos de rabia e impotencia. Cierro los ojos y pienso que esto algún día cambiará, pero ni siquiera sé si lo deseo, quizá eso solo sea una forma de agravar mi impotencia cuando el protagonista de mis recuerdos se cruza en mi camino de nuevo.
Tiempo, párate, que yo me bajo, cada día es peor, cada día me siento más lejos de todo lo que me hacía sonreír y no estoy dispuesta. Detente, por favor, aquí me quedo, puede que no sea el mejor momento ni el mejor lugar, pero tengo la sensación de que mañana será todavía peor.

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